Sociedad Patriarcal: ¿y tú qué vas a hacer?

Sociedad Patriarcal: ¿y tú qué vas a hacer?

Violencia de Género. Como seres sociales que somos, es nuestra responsabilidad (II).

Existen datos suficientes para poder afirmar que la violencia contra las mujeres es una pauta cultural de las sociedades patriarcales, por lo tanto, el concepto de patriarcado representa un elemento explicativo central para comprenderla.

La violencia de género se fundamenta y tiene su origen en las normas y valores socioculturales que determinan el orden social establecido. Podríamos decir que se trata de una violencia estructural, que surge para mantener una determinada escala de valores, trasladar la dominación al ámbito de lo privado, y darle un carácter de normalidad. A diferencia de otras (robos, drogas…), este tipo de conductas refuerza el orden social en lugar de oponerse a él.

«Una estructura social, que es el sistema de organización social que crea y mantiene una situación en la que los hombres tienen más poder y privilegios que las mujeres. Una ideología o conjunto de creencias acompañantes que legitima y mantiene el poder y la autoridad de los hombres sobre las mujeres en la pareja, y justifica la violencia contra aquellas que violan, o que se percibe que violan, los ideales de la familia patriarcal» (Kate Millet, Política Sexual, 1970).

Algunos de los elementos que han determinado el carácter patriarcal de nuestra convivencia son (Luís Rojas Marcos, 1996):

  • La aparición de las religiones monoteístas.
  • Las aportaciones de filósofos que constituyen nuestra base cultural. Por ejemplo, Aristóteles consideraba a las mujeres hombres mutilados y con escasa capacidad para razonar.
  • El desarrollo posterior de la ciencia, que no ha desmantelado muchas creencias perniciosas.
  • El lenguaje, que vehicula nuestro pensamiento, y que cristaliza en dichos y refranes poco edificantes.
  • Los usos y costumbres establecidos y apuntalados por el paso del tiempo.

La ideología patriarcal y las instituciones permiten al hombre usar la fuerza como instrumento de control, lo que conduce a que no se denuncie el abuso, y a que la víctima se sienta culpable y responsable. Así, hablamos de violencia de género, o contra las mujeres, para hacer referencia a aquellas formas de violencia ejercidas por los varones contra las mujeres por el mero hecho de serlo, y por la posición social que ocupan en la sociedad patriarcal en la que vivimos (de subordinación al padre cuando son niñas, al marido cuando se casan…).

La violencia contra las mujeres está estrechamente relacionada con la desigualdad de género, ya que las acciones violentas son el resultado de la idea del dominio masculino, y de los valores que reflejan este poder sobre las mujeres. Esta superioridad masculina, aun siendo innecesaria, es un aspecto central del sistema social que conocemos como patriarcado.

 

Relaciones de poder.

En esta sociedad patriarcal, el modelo de relación es el de dominio-sumisión, generando lo que denominamos relaciones de poder. Se plasman en las relaciones entre todas las personas, en todas las estructuras, y especialmente, de pareja, donde el maltrato hacia las mujeres se expresa de múltiples formas, y se autoriza con la complicidad del silencio.

La expresión de estas relaciones de poder, de control, de arriba-abajo, o de abuso, ha ido cambiando a lo largo del tiempo en las formas de manifestarse. Hoy en día, la expresión dominio-sumisión suele generar rechazo, y tal vez haya gente que no se identifica con ella. Pero en el fondo sigue siendo lo que ocurre, la superioridad de uno frente al otro, son claramente vigentes y las reproducimos en todos nuestros ámbitos.

Encontramos un conjunto de sentimientos, creencias, actitudes, y comportamientos interiorizados y poco conscientes, que hacen que deseemos hacer prevalecer nuestros derechos frente a los de otra persona, o a sentir que nuestras necesidades, opiniones, etc., son más importantes. O a creer que el estatus económico, cultural, de poder, nos confiere más derecho y prioridad. O a necesitar tener la razón y no admitir el cuestionamiento. O a controlar los actos de alguien para contrarrestar los miedos personales…

Todo esto determina cómo nos situamos frente a otras personas, y suponen la visión de las relaciones como espacios donde nos medimos o nos enfrentamos, donde nos definimos por referencia al otro. No son espacios solidarios, ni igualitarios, ni generadores de salud y bienestar.

Como ves, la relación de poder es la forma de mantener la desigualdad entre hombres y mujeres, y presupone una ideología donde se valora lo masculino sobre lo femenino, y las cualidades, valores y necesidades masculinas como importantes, valiosas y prioritarias. Hay una desvalorización y menosprecio de todo lo relacionado con lo femenino, apareciendo el concepto de posesión. La mujer es posesión del hombre, quien tiene derecho emocional, legal y físico-sexual sobre ella (machismo).

Esta relación de poder, y la reproducción de roles (dominio-sumisión), se plasma en las relaciones de pareja, donde el maltrato social hacia las mujeres se manifiesta, se hace invisible y se autoriza. Las personas que ejercen violencia tratan de conseguir lo que desean de la otra persona por diversos métodos:

  • «Por las buenas».
  • Generando lástima.
  • Culpabilizando, con amenazas y chantajes.
  • Llegando al enfado y a la violencia física o psíquica.

Esto genera en la otra persona todo un cúmulo de sentimientos, destacando la confusión y el miedo invalidante, la pérdida de control de sus vidas, la desvalorización, la sensación de indefensión, y el miedo intenso y paralizante. Este ejercicio de dominio invalida la posibilidad de reaccionar (Corsi y Peyrú, 2003). La suma de todas estas estrategias de dominio conduce a una situación de devastación psicológica frente a la que es muy difícil reaccionar, al menos sin ayuda.

 

Desigualdad.

Como puedes ver, ésta es la clave que sostiene las relaciones de poder, por lo que podríamos afirmar que la violencia se deriva de la desigualdad entre hombres y mujeres, haciéndose necesaria para mantenerlas en situación de inferioridad. La desigualdad es real, legal y material, por lo que se refiere a la condición y posición de las mujeres en el mundo (Amorós, 1976):

  • Se entiende por condición el estado material en el que se encuentra una mujer, su pobreza o nivel adquisitivo, falta o no de educación y capacitación, la carga de trabajo, su falta de acceso a puestos laborales, a la tecnología…, es decir, a las condiciones en las que vive.
  • Se entiende por posición el lugar que ocupa, en la familia, en la sociedad, la cultura, el poder económico y político, su visibilidad social, liderazgo, representatividad y equidad…

Así, la desigualdad está interiorizada a través de los valores y creencias sociales, que adquirimos por el proceso de socialización, y que nos construyen como hombres y mujeres. Estas creencia sobre la subordinación femenina se han extendido, a lo largo de los siglos, partiendo de tres supuestos básicos: la supuesta inferioridad moral, intelectual y biológica femenina (Brenner y Cunningham, 1992).

Además, estas creencias han contando tanto con la complicidad de credos religiosos, como de postulados pseudocientíficos. Se han enseñado en las escuelas y universidades, y ensalzado en las canciones o recitado en poemas. Apoyándose en estas argumentaciones, a lo largo de la historia, se han ido promulgando leyes con la intención de «legalizar» esta sumisión y dependencia femenina, y asegurar el control de la vida de las mujeres.

Se intentará controlar nuestros cuerpos y mentes, se nos enseñará a ser obedientes y sumisas, calladas y atentas a los deseos de los demás, a desconfiar de nuestras cualidades, a renunciar a nuestros deseos. La subordinación ideológica acompañó siempre a la legal, porque el poder patriarcal necesitó legitimar sus intereses, creando y perpetuando el mito de que la débil naturaleza femenina necesitaba de la tutela masculina (Consuelo Vega, 2002).

Esta desigualdad impregna la construcción social del género y la sexualidad, y afecta profundamente a la subjetividad que construimos, a las relaciones íntimas de hombres y mujeres, a su «estar» y situarse en el mundo, al concepto de sí mismos/as y del otro/a.

Por ello, para comprender la violencia de los hombres contra las mujeres, es necesario analizar las desigualdades entre ambos, y los roles asumidos e interiorizados. Debemos descubrir cómo los modelos actuales siguen reproduciendo esta creencia en la desigualdad. Modelos sobre cómo ser mujer y hombre, cómo amar, que en apariencia han cambiado «en el afuera», pero no «en el adentro», en la subjetividad.

 

Pues sí, lamentablemente, es lo que «todavía» hay. Pero también es verdad que se puede, se debe cambiar. Vives aquí, y como individuo, eres y tienes parte en nuestro sistema social. Puede que pienses que una persona sola poco puede hacer, pero resulta que las sociedades cambian y avanzan a través de las influencias que cada uno de los individuos que las conforman ejercen en ellas, empezando por ellos mismos. Piensa, reflexiona, implícate, comparte, haz… En tu día a día, en tí, en quienes te rodean.

Como habrás adivinado, ésta es una de las cosas que yo hago, intentar explicar y difundir información. Puede que mis publicaciones no lleguen a mucha gente, pero con que sólo a una persona le hagan pensar e implicarse, ya es importante y valioso.