La violencia contra niños, niñas y adolescentes (NNA) constituye un problema social, de salud pública y de derechos humanos con una prevalencia alarmante en todo el mundo.
Según estimaciones de UNICEF, aproximadamente tres de cada cuatro niños y niñas de entre 2 y 4 años, alrededor de 300 millones, son disciplinados de forma violenta de manera regular por sus padres, madres o cuidadores/as.
Este dato, aunque estremecedor, es solo la punta del iceberg de una problemática que afecta a más de mil millones de menores de entre 2 y 17 años cada año
La mayoría de los episodios de violencia suceden en entornos cotidianos, en el seno de relaciones que deberían ser de confianza y protección. La familia, concebida como el principal espacio de cuidado y seguridad, se convierte a menudo en el escenario de maltrato.
Estas formas de violencia incluyen abuso físico, abuso psicológico o emocional, negligencia y exposición a violencia intrafamiliar.
Además, situaciones como las interferencias parentales en contextos de separaciones o divorcios conflictivos también representan graves riesgos para el bienestar de los NNA.
La dinámica de la violencia en el ámbito familiar está reforzada por factores culturales, como la tolerancia hacia modelos de crianza humillantes o violentos y la concepción errónea del respeto a la privacidad del hogar.
Esto deja a los NNA desprotegidos, enfrentándose solos al maltrato, ya que para ellos, es especialmente difícil reconocer que ciertos comportamientos son inaceptables, y cuando finalmente deciden hablar o pedir ayuda, sus vivencias pueden ser minimizadas o incluso ignoradas.
Así mismo, en aquellos casos en los que se inicia una investigación, los procesos suelen ser largos y complejos, causando revictimización y profundizando el daño emocional.
El impacto de estas experiencias traumáticas es profundo y duradero. Diversos estudios han demostrado que el abuso y la negligencia están asociados con trastornos mentales como depresión, ansiedad, estrés postraumático e incluso un mayor riesgo de ideación suicida en adolescentes.
Además, las experiencias de violencia prolongada afectan el desarrollo cerebral, provocando alteraciones en las áreas responsables de la regulación emocional, la memoria y el aprendizaje. Estas secuelas trascienden la adolescencia y pueden manifestarse en la adultez, perpetuando ciclos de violencia y vulnerabilidad.

Silencio
Los NNA que experimentan violencia, ya sea directa o indirecta, suelen presentar una serie de problemas de ajuste personal y social.
En el ámbito emocional, se observan trastornos internalizantes como depresión y ansiedad, mientras que en el ámbito conductual emergen problemas externalizantes como agresividad, abuso de sustancias y comportamientos delictivos.
Estas consecuencias son aún más severas cuando confluyen ambas formas de violencia, es decir, cuando los menores son tanto víctimas directas como testigos de violencia familiar.
La adolescencia, una etapa crucial de crecimiento y formación, es particularmente vulnerable al impacto del maltrato. Los cambios físicos, emocionales y sociales propios de esta etapa hacen que los adolescentes sean más susceptibles a desarrollar problemas de salud mental derivados de la violencia.
La exposición prolongada a ambientes violentos no solo afecta a su bienestar inmediato, sino que también influye en sus relaciones futuras y en su capacidad para alcanzar su pleno potencial.
La violencia hacia los NNA es prevenible. Además, ninguna forma de abuso es tolerable, y la sociedad tiene la responsabilidad de construir entornos seguros y protectores para su desarrollo. Esto implica:
Educación y sensibilización: Promover la conciencia sobre el impacto de la violencia en los NNA y fomentar modelos de crianza respetuosos y positivos. Los adultos deben capacitarse para identificar y actuar frente a signos de abuso o negligencia.
Fortalecimiento de redes de apoyo: Crear espacios seguros donde los NNA puedan expresar sus emociones y preocupaciones sin temor a ser juzgados o ignorados. Escucharles con empatía y credibilidad es clave para romper el silencio que rodea al maltrato.
Servicios de salud mental: Proveer atención psicológica adecuada para niños y adolescentes afectados por la violencia, ayudándoles a superar las secuelas emocionales y fomentar su bienestar. Estos servicios deben estar disponibles y ser accesibles para todos.
Acciones legislativas y políticas: Garantizar la aplicación de leyes que protejan a los NNA de la violencia, así como la implementación de programas de prevención y atención integral. Las políticas públicas deben priorizar la seguridad y el bienestar de la infancia.
Investigación y monitoreo: Continuar investigando las causas y consecuencias de la violencia contra los NNA para desarrollar estrategias más efectivas de intervención. Monitorear el impacto de las medidas adoptadas es fundamental para garantizar su eficacia.
Proteger a los niños, niñas y adolescentes de la violencia no es solo una obligación moral, sino también una inversión en el futuro de la sociedad.
Cada acción que tomemos para prevenir el maltrato y la exposición a la violencia familiar contribuye al desarrollo de generaciones más saludables, resilientes y capaces de construir un mundo más justo y equitativo.
Desde los hogares hasta las instituciones, el compromiso de todos los sectores de la sociedad es fundamental para erradicar la violencia y garantizar que cada NNA crezca en un entorno seguro, lleno de amor, respeto y oportunidades para prosperar.
Fuente: Unicef España. Grupo de Investigación en Victimización Infantil y Adolescente (GReVIA).
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