¿Qué es la Justicia Terapeútica?

¿Qué es la Justicia Terapeútica?

La Justicia Terapeútica en procesos de separación y divorcio.

La Justicia Terapéutica tiene por objeto abordar los asuntos legales de una forma más comprensiva, humana y psicológicamente óptima. Desde una perspectiva interdisciplinar, considera que la Ley es una fuerza social que produce comportamientos y, por tanto, consecuencias que pueden ser positivas o negativas para la vida emocional y el bienestar psicológico de los usuarios del sistema legal (Wexler y Winick, 1996).

En el caso concreto de los procesos judiciales de familia, aquellos que se resuelven por la vía judicial provocan efectos antiterapéuticos (Fariña, Arce, Novo y Seijo, 2013). Además, propician el mantenimiento e incremento del desequilibrio emocional de toda la familia, minimizando la capacidad de sus miembros de superar la situación, e instaurando en la pareja un funcionamiento psicopatológico, no permitiendo resolver el conflicto de forma satisfactoria.

Por ello, la aplicación de la Justicia Terapéutica en el Derecho de Familia se muestra particularmente relevante, ya que no sólo tiene por objeto la resolución de los casos judiciales, sino también la causa que los motiva. Así, la Ley y su aplicación se entiende como una oportunidad para la sociedad y la ciudadanía, especialmente para los usuarios de la Justicia.

La Justicia Terapéutica tiene una especial repercusión en los procedimientos judiciales, tendiendo a la agilización y pacificación del conflicto, pero sin implicar necesariamente la desjudicialización del proceso, sino implementando procedimientos como la Mediación, los juicios abreviados, la reparación del daño, etc., así como la redefinición de las funciones y roles de los operadores jurídicos.

En esta línea, es destacable la importancia de la Mediación Familiar, por su capacidad para pacificar los conflictos y resolver controversias, minimizando el trauma que se genera en los procesos contenciosos, y propiciando al mismo tiempo, el bienestar emocional y la reducción de consecuencias negativas derivadas del proceso. Igualmente, la Mediación permite mantener la comunicación y el diálogo y, principalmente, garantizar el mejor interés y bienestar de los hijos/as.

Del mismo modo, como complemento a la Mediación, dentro del abordaje multidisciplinar, los programas psicoeducativos representan una muy útil herramienta para ayudar a las familias a recuperar el bienestar psicoemocional y llevar a cabo una reorganización familiar eficaz, controlando a su vez la violencia doméstica, tanto de carácter psicológico como emocional (Arce Y Fariña, 2007).

Otra herramienta útil para lograr la pacificación de las relaciones familiares es la figura del Coordinador Parental, cuyos beneficios son plausibles, al igual que en la Mediación Familiar, tanto desde un servicio intrajudicial como extrajudicial. No obstante, siempre resultan más eficaces cuando estas intervenciones se realizan a petición de los progenitores extrajudicialmente.

Por último, cuando se realizan Informes Periciales de Familia, la orientación de la Justicia Terapéutica permite anular el efecto nocivo que muchas intervenciones periciales conllevan, facilitando el bienestar de los usuarios o clientes.

Complementaria y/o alternativamente, en casos altamente conflictivos, graves y complejos, que pueden incluir psicopatología e incluso violencia o acusaciones de abuso sexual o maltrato, los/las profesionales de la Psicología Forense, además, podemos realizar intervenciones especializadas de Terapia Forense, para lo que se requiere disponer de sólidos y específicos conocimientos y formación.

Consecuencias de la ruptura de pareja en la familia.

En la separación y divorcio se distinguen 7 etapas, distribuidas en 3 fases, pre-divorcio, separación y post-divorcio (Kaslow, 1997, 2013). Sin embargo, no necesariamente cada miembro de la pareja pasa por todas ellas, y aun haciéndolo, no siempre se mantiene el orden establecido:

 (antes de la separación). En esta fase es propio el divorcio emocional, que se caracteriza por la manifestación de sentimientos tales como desilusión, insatisfacción, ansiedad, desconfianza, temor, angustia, vacío, ira, caos, baja autoestima, depresión o distanciamiento. La reacción es a través del llanto, evitando el tema, peleándose con el otro, retrayéndose física y emocionalmente, aparentando que todo está normal, o asesorándose con familiares, amigos u otras personas.

 Esta fase implica un período más o menos largo en el que se resuelven fundamentalmente cuestiones legales, constando de 5 etapas:

  • Divorcio legal. Acompañado generalmente de sentimientos de autocompasión e indefensión, y de posibles reacciones como intentos de suicidio, consulta con abogado o mediador matrimonial, o acudir a terapia y ponerse en tratamiento.
  • Divorcio coparental. Los sentimientos propios de esta etapa se refieren al papel parental, destacando la preocupación por los hijos/as y el miedo a perderlos, con reacciones significativas como el llanto, el apoyo en amigos y familiares, o la reincorporación al mundo laboral, en caso de estar desempleado.
  • Divorcio comunitario. Los sentimientos específicos que lo caracterizan son indecisión, esperanza, resignación, excitación, curiosidad o tristeza, con las conductas frecuentes de búsqueda de nuevas amistades, actividades y estilos de vida.
  • Divorcio religioso. Obviamente, esta etapa únicamente la viven las personas religiosas o creyentes, surgiendo deseos de que la situación sea aceptada por la iglesia o comunidad religiosa, con los comportamientos típicos para conseguir dicha aceptación.

 Se trata de una fase de reequilibrio, consistiendo en el divorcio físico. Se recupera la autoconfianza y se adquiere energía, independencia y autonomía, observándose frecuentemente conductas relacionadas con una redefinición de la identidad, acomodación al nuevo estilo de vida, ayuda y apoyo a los hijos/as para superar la situación, e incluso pensar en nuevas relaciones.

Consecuencias en los progenitores.

Romper con una pareja, especialmente si existen hijos o una convivencia larga, es una de las mayores crisis vitales en la vida de una persona, de hecho, la ruptura se suele experimentar como un fracaso, y como tal, es difícil de superar para la mayoría de las personas. El estrés es una reacción común, y con especial virulencia en quien no ha tomado la decisión de separarse, que sufre la mayor confusión emocional, teniendo que afrontar sentimientos de rabia y pérdida. Suele sentirse sorprendido, herido, rechazado, furioso, avergonzado, traicionado y devastado.

La persona que toma la decisión, con frecuencia experimenta culpa. Y ambos, tanto el dejado como el que deja, pueden sentir cólera, impulsividad, ansiedad, soledad, falta de control, siendo la depresión, el estrés y la disminución de la autoestima, las reacciones más comunes, pudiendo llegar a afectar al sistema inmunológico.

Por otra parte, la ruptura de pareja conlleva, de forma generalizada, una merma de ingresos de entre el 30% y el 50%, traduciéndose con frecuencia en un estado de pobreza, que afecta con mayor intensidad al progenitor custodio. Esto obliga a reestructurar múltiples factores: cambiar de vivienda, trabajar más horas, o recurrir a ayudas sociales.

Otro efecto ampliamente consensuado es la reducción de los contactos del progenitor/a no-custodio con los hijos, provocándole síntomas de ansiedad, depresión y estrés, ya que percibe una disminución de su influencia sobre diferentes aspectos del desarrollo de los niños/as. Esta percepción, a menudo, conlleva que actúe a la defensiva, se resigne o manifieste sentimientos de indefensión, lo que incide en una menor implicación con los hijos/as.

Sin embargo, también se dan casos en los que estos efectos no son extrapolables. De hecho, la calidad y cantidad de contacto entre el progenitor/a no-custodio y los hijos puede aumentar. Esto puede darse cuando anteriormente ha sido escasa, existe un bajo o nulo nivel de hostilidad con el otro progenitor, y su percepción sobre la calidad de sus relaciones con los niños es positiva. Además, tiende a mayor implicación en la vida de sus hijos cuando está satisfecho con la decisión de custodia, lo que conlleva relaciones familiares más positivas.

No obstante, realizar una reestructuración general es necesario, lo que puede sobrepasar las capacidades del individuo, provocando alteraciones emocionales que desemboquen en estados depresivos o estresantes importantes, siendo altamente recomendable la ayuda de un profesional al comienzo de la crisis de pareja.

Consecuencias en los hijos/as.

La existencia de tensiones en una familia repercute en todos sus miembros, especialmente en los más pequeños, debido a que no han desarrollado todavía las capacidades cognitivas suficientes para afrontar la situación. Además, generalmente, los hijos no aceptan la separación de sus padres, experimentándolo como un suceso traumático, lo que ocasiona problemas en su equilibrio emocional que repercuten en todos los ámbitos de su vida.

La ruptura familiar evoca en la mente del niño/a una aguda sensación de shock, de miedo intenso, envuelto todo en un sentimiento de gran confusión, por lo que están expuestos a manifestar una serie de problemas asociados a la experimentación de vivencias traumáticas, necesitando gran atención y ayuda (Seijo, Fariña y Novo, 2000).

Los padres también se encuentran en una situación de crisis, con un fuerte coste emocional, pudiéndoles causar daño psicológico en forma de depresión o estrés, por lo que no se hayan en el momento más idóneo para prestar atención a sus hijos, siendo cuando éstos más lo requieren. Así, podemos resumir en 10 las consecuencias negativas de la ruptura de pareja para los hijos (Fariña, Arce, Seijo, Real y Novo, 2001):

 Sentimientos de culpa. Con frecuencia, los hijos/as menores se sienten responsables de la separación de sus padres, provocándoles un fuerte malestar.

Sentimientos de abandono y rechazo. Los niños, especialmente los más pequeños, no entienden por qué un progenitor tiene que abandonar su hogar, interpretándolo como una conducta de abandono.

Sentimientos de impotencia e indefensión, consecuencia de la no participación en la toma de decisión de la separación.

Sentimientos de frustración. Los niños/as ven frustrada su expectativa de una familia unida.

Inseguridad, derivada de los sentimientos de rechazo, abandono e impotencia.

Ansiedad y depresión. Con frecuencia, el niño/a manifiesta estados de ansiedad y depresión, que se pueden acompañar de síntomas de somatización.

Conductas regresivas. Esto es, retroceso en el desarrollo a etapas anteriores, como enuresis nocturna, trastornos del sueño, rechazo a la escuela, comportamientos problemáticos…

Consecuencias en la salud física. Los niños de padres divorciados presentan un riesgo elevado de padecer problemas de salud física, como obesidad, asma, cáncer, y enfermedad general, crónica y aguda, así como vulnerabilidad a afectación de hipertensión y enfermedades coronarias.

Alteraciones psicosomáticas, como dolores de cabeza y estómago.

Se alerta, además, de que la separación de los progenitores antes de la edad adulta minimiza la esperanza de vida.

Todas estas consecuencias que he mencionado, a grosso modo, se dan de forma general en situaciones de ruptura de pareja, imagínate en los casos en los que además existen maltrato y violencia. Como es lógico, se escapa de las competencias de leyes y jueces, que se ven incapaces de gestionarlo sin la ayuda de profesionales de la Psicología.

Conscientes de ello, cada vez mas, tanto ellos como la sociedad en general, reclaman y confían en la aportación de equipos multidisciplinares y especializados, considerándose la Justicia Terapéutica especialmente relevante.